Rock’N’Ghost: El sótano de Denver

Ilustración Martillo Capaces

Corría junio del 2011 cuando The Capaces, banda en la que soy vocalista, estábamos recorriendo concierto a concierto gran parte de los Estados Unidos.

Después de varios shows en Texas, Arizona, California, Oregón, Idaho, Utah, el 29 de ese mismo mes aparcamos la furgoneta en Denver, Colorado.

Recuerdo que la ciudad me pareció tranquila y agradable y Aaron nuestro anfitrión, que nos esperaba en la entrada del garito, un chico de unos veintipocos con melenas lacias también me dio la sensación de ser amable y cercano.

Lo que venía siendo costumbre nada más llegar era preguntar si nos podían servir una cerveza bien fresca, porque después del palizón diario de kilómetros por carreteras que parecían derretirse y desiertos interminables era casi obligado por supervivencia tomarse una birra helada de trago. Pero otro clásico era encontrarnos con salas donde no se permitía el consumo de alcohol para que los menores de edad  también pudieran asistir a los conciertos.

Nos ofrecieron unos zumos y refrescos bien azucarados que agradecimos y tomamos con resignación, pero a continuación preguntamos por algún supermercado o licorería cercana. 

Y ¡si! No es cosa de las series de televisión, allí  te venden la botellita de licor metida en una bolsa de papel de estraza. ¡A mi me hizo hasta ilusión! Aunque haciendo gala del ingenio más castizo, ya me había encargado de guardar un tetra brik de “minute maid” de naranja para rellenar hasta los topes de Jim Beam. 

La tarde antes del bolo transcurrió con normalidad entre la sala, los supermercados, la prueba de sonido y un garito fantástico que bien podría ser la localización en alguna escena mítica de una película de Tarantino, donde nos dieron de cenar maravillosamente con cuchillo y tenedor unas patatas asadas con salsa y un buen trozo de carne a la parrilla. 

La dieta que llevábamos se resumía en hamburguesas de dólar, vasos de fideos chinos cocidos con agua caliente del baño de la gasolinera y si la cosa iba bien algún menú en Taco Bell.

Después de la cena ya no me separé del brik de “zumo de naranja” que disfruté  con sumo agrado, pues el último trago de whisky que conseguí en lo que llevábamos de gira acabó haciendo de desinfectante al más puro estilo  far west . Un mozo de más de 100 kilos durante un pogo-corro de la patata infernal, que jamás había visto antes, me propulsó contra los herrajes de la batería y acabé el concierto con la cabeza abierta sangrando a lo GG Allin.

Pues mas o menos fue acabar el concierto, que para ser un miércoles fue bastante salvaje, empecé a tener una gustera y globo considerable  así que lo que más me apetecía era ir a dormir cuanto antes .  

Llevábamos muchas noches seguidas durmiendo sobre moqueta, lo que viene siendo el suelo y deseaba con toda mi alma una cama. Solíamos ceder las camas, los colchones, sofás (en el caso de que hubiera) a los que iban a conducir,  ya que era imprescindible su correcto descanso porque los desplazamientos no bajaban de las 8 horas diarias de carretera.  Y como yo no tengo carnet de conducir  y “era la más joven” pues comí suelo casi cada noche.

Preguntamos por el alojamiento y fue motivo de celebración saber que iríamos a casa de Aaron, donde había colchones, sofá y camas para todos. Vivía con sus padres en la típica casa americana con jardín.

La cortesía de nuestros anfitriones era tal que incluso me habían reservado la habitación individual. Tuvieron el detalle de ofrecer a la única chica del batallón un poco de intimidad.

Por lo visto me quedé frita en la furgoneta y alguien me cogió en brazos y me llevó hasta la cama.

Primera norma de avituallamiento ¡a tomar por culo! 

  • Cuando llegues a un entorno nuevo localiza baño, salida, cocina y haz un pequeño esquema mental de la distribución de la casa.

 (No te vaya a pasar como a mi amigo F. que en otra ocasión pero en las mismas circunstancias, salió de su habitación desorientado y en pelotas, que este es otro misterio sin resolver,  para ir al baño y cuando recuperó un poco el orémus, no sabía ni en qué país estaba, cogió un albornoz con unas siglas bordadas que encontró en el lavabo y fue abriendo puertas hasta que encontró un hueco  en una cama de matrimonio y allí se tumbó de nuevo pensado que aquel bulto de al lado seríamos cualquiera de nosotros. Pues resultó ser la habitación de los padres del chaval que nos había dado alojamiento en su casa y aquel bulto era concretamente la madre, y el albornoz que se puso para no estar paseándose en pelotas por la casa llevaba bordadas las siglas del padre….y en fin)

Serian las 5 de la mañana aproximadamente cuando me desperté con la necesidad imperiosa de mear, todo estaba en silencio y muy poca luz entraba por las ventanas.

Los ojos me picaban, pues llevaba todo el maquillaje pegado a la cara como una cataplasma. La resaca también era evidente, me atronaba la cabeza y tenía ese sabor mugriento y pastoso de borrachera en la boca.

Tardé un poco en dilatar las pupilas como un gato y situarme. Se intuían unas mesas con pilas de libros, cajas, alguna estantería… yo estaba en una especie de plegatín estrecho que crujía sus muelles al mínimo movimiento.

Me incorporé para levantarme y visualizar mejor el entorno y entonces le vi.

Me costó un poco recortar la silueta entre las sombras, pero cuando identifiqué la forma humana no tuve ninguna duda de que allí había alguien buscando entre las cajas del fondo de la habitación.

Le estuve mirando un rato y pensé que sería Aaron, pues noté cierto parecido morfológico aunque no podía identificar ningún rasgo facial. Parecía que estaba de espaldas y llevaba una trenza larga pero era todo muy confuso, eran básicamente  sombras.

-Hola…..

mi voz sonó ronca.

Y el supuesto Aaron dejó de moverse, quedó paralizado en aquella esquina oscura.

Se giró. 

Aun así no conseguía verle las facciones del rostro. Empezó acercarse lentamente y ya vi que no tenía pies, aunque identifiqué unos pantalones acampanados.

Su masa corporal era volátil, como una nube oscura con forma humana pero sin definir. Su cara seguía siendo nada y se acercaba lánguidamente sin dudar hasta los pies de mi cama.

Una nunca sabe como reaccionará ante hechos de esta índole y os juro que aun no se como no salí corriendo de la habitación en ese mismo instante, pero opté por el clásico y absurdo cubrimiento de sábana hasta la cabeza. 

Entonces empecé a notar sutiles caricias en los pies.  Y cada vez era más evidente que unas manos me tocaban. Pasé unos momentos de auténtico terror cuando, 

no se ni como, hice un gran salto ninja que me llevó a la puerta casi sin pisar el suelo y salí despavorida de la habitación. 

No sabía ni donde estaba, todo era oscuridad cuando tropecé con los colchones que había por el suelo. Eran mis compañeros durmiendo a pierna suelta. 

Me acerqué a uno de ellos y zarandeándole un poco el brazo le pregunté por el cuarto baño,  yo estaba cagada de miedo pero aun seguía meándome locamente. 

Tal vez estuve media hora o más encerrada en el lavabo. 

Me refresqué varias veces, aproveché para desmaquillarme y enjuagarme la boca y tras hablar conmigo misma me armé de valor.

La resaca, y el cansancio me estaban matando y puede que también me dieran ese plus…digamos, atrevido por no decir idiota y me decidí a volver a aquella habitación , meterme en la cama y dormir de nuevo. Es posible que pensara: 

-¡Puto fantasma! Para un día que pillo cama…¡Ni hablar! Me vuelvo ¡Paso de todo!

Al salir del baño estaba amaneciendo y un poco más de luz se colaba ya por las ventanas. Me dirigí sin titubear a la habitación del plegatín.

Abrí y dejé la puerta de par en par, hice un escaner tipo “Terminator”, no había rastro de sombras inquietantes y me volví a meter en la cama. Me dormí inmediatamente.

-¡¡Martillo!! ¡¡Martillo!!

Salté de la cama conmocionada.

Era de día, el desayuno estaba listo en la planta de arriba.

Antes de subir, con la luz de la mañana iluminando toda la habitación donde había dormido, me di una vuelta por la estancia.

Pilas de papeles polvorientos, periódicos viejos,  ordenadores para llevar a un museo, una colilla apoyada en el canto de un cenicero, unas gafas llenas de polvo abiertas sobre la mesa, cartas por abrir…etc

En la pared viejas fotos enmarcadas.  Un joven con birrete y toga universitaria. Otra del mismo chico pero con una larga melena recogida en una trenza y vestido con chaqueta de pana con coderas, pantalones de pata ancha y compartiendo un parecido casi turbador con Aaron. También una fotografía de una familia de los años 70′ sonriente…

Subí a la primera planta y allí estaban los The Capaces y los Exile (Banda de Texas con la que compartimos gira). También estaban los padres de Aaron, que muy amables y sonrientes llenaban vasos de café y zumo. Realmente tenían una auténtica casa americana impresionante, con unas vistas al jardín alucinantes.

-¿Que tal has dormido?, me preguntaron

-Muy bien. ¡Gracias! Y sin querer perturbar a nadie con mis movidas nocturnas, simplemente le pregunté discretamente a Aaron por las cosas que había en el cuarto.

-Ese sótano era el despacho de mi hermano mayor, falleció en un accidente de tráfico cuando yo era solo un niño. Mis padres jamás han osado tocar ni una sola colilla. Todo esta tal y como él lo dejó. Es como si  esperasen que volviera en cualquier momento.

Recogimos, nos despedimos agradecidos sabiendo que probablemente nosotros jamás volveríamos a vernos y pusimos rumbo a Nuevo México.

Fin

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