“El Resplandor”, la locura no tiene amigos
No me preguntéis cómo, pero lo hice. Siendo un jovenzuelo me pude colar en el cine para ver “El Resplandor”. Saltándome la clasificación por edad que me impedía entrar para poder visionar la obra maestra de Kubrick, aprendí una de las mejores lecciones de mi vida: no te metas donde no te llaman. Pasé uno de los ratos más desagradables de mi corta edad, un recuerdo imborrable. Este film tiene la culpa de que sea un aficionado de pro al género de terror y fantástico.
Dejando a un lado las anécdotas personales, nos encontramos ante una de las mejores películas de terror de todos los tiempos. La adaptación que hizo Stanley Kubrick de la novela de Stephen King “The Shining”, pasará a las anales del séptimo arte. Lo que nos hizo pasar Kubrick en el hotel Overlook se quedará en nuestras retinas para siempre, un film gigantesco que marcó un antes y un después en el género.
Tras el traspié con “Barry Lyndon”, Kubrick puso la mirada en el cine de terror, descubrir una novela como la de King, le dio pie a crear un universo propio, que al instante formó parte del imaginario de toda una generación. Ese hotel con vida propia, sus habitantes, las niñas gemelas, el triciclo, todo se volvió en un momento en algo casi mitológico.
Jack Torrance, personaje creado y llevado al extremo por un magistral Jack Nicholson, se erige en el epicentro de la trama. Su alcoholismo, va haciendo mella en él, hasta llevarle a lugares en los que la locura se convierte en una diosa a la que venera. La transformación, el proceso hacia la demencia más absoluta, va siendo progresiva, en una trama que te engulle, te destroza y asfixia.
La crítica se dividió a la hora de analizar el film. Parte de ella echó en cara al director ese ritmo lento, pausado, casi desesperante al que somete al espectador hasta llegar al climax final, otros en cambio la encumbraron como la mejor película hasta la fecha del director, con permiso de “2001, Una Odisea Del Espacio”. Lo que sí es cierto es que Kubrick volvió a poner en juego toda su meticulosidad a la hora de rodar, llegando a lo obsesivo. Se cuenta que hacia repetir à Nicholson las tomas tantas veces, que llegaba casi a enloquecer el actor como el personaje al que interpretaba.
Kubrick adapta el género de terror a su mundo, lo lleva a su terreno. La película es un espectáculo inmersivo que atrapa al espectador desde el primer momento. Con el empleo de la Steadycam hace que pasees por el hotel como si fueras un huésped más, oliendo el horror que emanan de las paredes empapeladas con papel antiguo.
Con respecto al resto de actores tanto Shelley Duvall, como esposa de Torrance, y Danny Lloyd haciendo de su hijo, dan el contrapunto perfecto. La mujer sufridora y que al final tiene que rebelarse ante su marido y el hijo con poderes telepáticos que sirve de catalizador final del desenlace del film, compensan la balanza del histrionismo llevado a su máxima expresión por Nicholson. Un consejo, nunca, pero, nunca, veáis la versión doblada al castellano, oír a Verónica Forqué hace que se justifique los arrebatos de locura de Nicholson.
Un film que además de tratar el mundo de lo fantasmagórico, de lo insano y de la locura, se sumerge en un sin fin de motivos simbólicos. La simbología del film está llena de guiños a temáticas históricas dentro de la indiosincrasia norteamericana, lo cual hace que la complejidad de la película sea mayor si cabe.
No quiero terminar éste subjetivo análisis del film sin reseñar someramente al menos la extraordinaria banda sonora, sin ella “El Resplandor” no sería lo que es. Fue compuesta por Wendy Carlos, Rachel Elkind, Gordon Stainforth, y el propio director. Además de utilizar variedad de efectos de sonido, ruidos, etc… se metieron composiciones de György Ligeti, Krzysztof Penderecki y Béla Bartók. Todo ello montado al milímetro para que se fundiera como una capa infinita dentro de la imagen.
Kubrick le dijo al mundo con este film, que a la hora de crear horror en la pantalla él también era el mejor. Obra maestra sin paliativos, en un film en el que con cada visionado descubres cosas nuevas.