“Roma”, la nostalgia redentora de Alfonso Cuarón
Mirar hacia atrás es siempre un ejercicio que no cae en saco roto. El pasado no lo puedes cambiar, se quedó ahí para siempre, pero si lo puedes utilizar de múltiples formas para que te ayude a mirar de otra manera tu presente, y porque no, también tu futuro. Muchas veces es la nostalgia la que nos invita a zambullirnos en los recuerdos. Perdernos en imágenes, sonidos pasados que nos hacen rememorar tiempos que no volverán, pero aunque sea por conocidos, nos hacen sentir bien. Otras veces entra en juego la redención, mirar hacia hechos anteriores, analizarlos, buscar los errores, porque se produjeron e intentar no volver a cometerlos. También lo negativo, lo traumático juega su papel, cualquier evocación hacia una situación que nos produjo dolor tiende a representarse con asiduidad en nuestra mente, como un mantra que no quiere desaparecer, y así seguir marcando nuestros designios; esta es sin duda la peor versión.
Todas estas modalidades de recuerdos se dan de alguna manera en “Roma”, la obra maestra de Alfonso Cuarón. El director mexicano realiza un viaje a su pasado, marcado por los recuerdos de su infancia, para construir un relato que gira en torno al personaje de Cleo, la chica de confianza de la familia, para ejercer de “nanny” de él y de sus hermanos. Su relación con ella, y el desarrollo de la vida de la misma, es la que marca el devenir del film.
Cuarón crea una historia de trazo simple, sencillo, bello que envuelve la narración de principio a fin. No hay nada pretencioso en el film, todo es suave, pausado, pero a la vez intenso; como la vida misma. La recreación de la colonia Roma, barrio residencial de México D.F. y la del país mismo en la década de los 70 es realmente fantástica. El director consigue abrir una ventana y ver de manera exacta lo allí aconteció en esos días.
La historia son varias en una. Como una matrioska rusa, se condensan las vidas de Cleo y su hermana, la de la familia que la acoge y le da empleo, y la de un país con graves problemas democráticos. Todo en un cócktail infalible, que se desarrolla de manera paralela y entrelazada a la vez, todo un alarde de narración. Además Cuarón utiliza la película no solo para homenajear a su verdadera cuidadora y en cierta manera a todas las mujeres que sufren y luchan en soledad, si no que también muestra cuales fueron sus referentes tanto televisivos como cinéfilos que le sirvieron para crear su imaginario como director.
La utilización del blanco y negro como soporte para plasmar las imágenes de la narración, son un acierto. El film de esta manera se nos muestra, crudo, descarnado, auténtico, como si no pudiéramos verter sobre él el más mínimo atisbo de duda sobre lo que estamos viendo; todo supura verdad.
Cuarón crea una obra intimista, que resalta la soledad de tantas mujeres, ante el mundo machista que tenían, y tienen aún que soportar. Mujeres que luchan denodadamente por salir adelante, aun teniéndolo todo en contra. Plantea que no importa la clase social a la que pertenezcan para mostrarnos casi los mismos problemas de incompresión y oprobio.
Por último el reflejo del clasismo es uno de los ejes centrales del film. Como una mujer indígena, tiene que sobrevivir en una sociedad que la mira por encima del hombro, como si fuera un ser sin oportunidades y vida. Cuarón incide precisamente en eso, en resaltar que son personas, con una existencia por recorrer y con sus propios problemas por resolver.
La nostalgia hecha cine. La belleza plasmada en cada fotograma. Así son los recuerdos de Cuarón. Así es “Roma”.