La progresión de Ghost Ship Octavius, «Delirium»

El buque británico Octavius, desaparecido tras cumplir su misión en oriente en 1762, deambuló durante 13 años por el Ártico hasta ser encontrado por un ballenero en 1775 cerca de la costa de Alaska, totalmente congelado. En la cabina se encontraban momificados por el hielo el cuerpo del capitán (Van Williams, ex-Nevermore, bateria), pluma en mano, una mujer (Dagna Selesia, bajo en directo), un joven tapado con una manta (Matt Wicklund, God Forbid, guitarra) y un muchacho portando un candil (Adon Fanion, guitarra y voz).

Este trío de Seattle, que entre 2011 y 2013 ha coincidido en los escenarios con Armaggedon, Ashes of Ares y Nevermore nos brindó un debut homónimo en 2015, producto de un crowfouding, con muchos detalles de calidad y muy buenos temas de power/dark progresivo como «Mills of the Gods», que mejoran técnicamente en este «Delirium», también financiado con ayuda y finalmente editado en 2019 por Mighty Music.

Sonido un tanto retro, con influencias sobre todo de las bandas mencionadas anteriormente, pero encontrando su camino.


El disco lo abre «Turned to Ice», y de un plumazo nos muestran la progresión que ha tenido la banda. Un Wicklund más virtuoso que nunca y un Fanion que ha ampliado muchísimo su registro. Temática fría, helada, oscura, con buenos riff power que trasladan a un paraje fastasmal, con contratiempos preciosistas, guiado por un fantástico piano. A lo largo del disco hacen un juego de trilero con la melodía como bolita. Te envuelven, te llevan por aquí, te reconducen a la canción y cuando te quieres dar cuenta estas en otro paisaje.

Como en el tema «Delirium», que estás a punto de sacar el mechero al son de la guitarra acústica y la eléctrica de sustain infinito cuando de repente entra la parte más power del disco (la parte más Nevermore), con un solazo a lo Symphony X de impresión. En pleno headbanging denso, te ataca la acústica de nuevo junto a esa eléctrica de baladón. Esta es la bendita incoherencia del progresivo. 


«Ghost in the well» es un tema con estructura mas clásica, más del primer disco. Historia de terror, con riffs pesados y ese aura fantasmal del debut. Williams luciéndose todo el tema y Fanion demostrando lo que ha aprendido estos años. Y es que compartir escenario con Matt Barlow en Ashes of Ares ( para mí el mejor cantante que ha dado el power en sus años con Iced Earth) se tiene que notar, a pesar de no tener nada que ver sus registros.


«Chosen» es igualmente fácil, un medio tiempo que no llega a tocar la patata, pero casi lo consigue ese tapping final y teclado que acaba bruscamente.

Pasa lo mismo con «Bleeding on the horns», se queda corto de potencia y es uno de los riesgos del progresivo, empiezas un tema a lo The Wonders seguido de una melodia de The Police, y o cantas como el mismísimo Ronnie James Dio y tocas como Black Sabbath o no hay quien levante el tema. Dos de los peores temas del disco junto a «Edge of time», del cual publicaron videoclip a finales de 2018 con el lanzamiento del disco autoeditado. Es un tema al estilo U2, alejado del metal, pero no te preocupes, pasa el corte hasta el minuto 4 y queda arreglado, un desliz, que resuelve Wicklund con un solazo al estilo del disco «V» de Symphony X a la egipcia.

En «Saturnine», como ya hicieron con el tema que abría su disco debut dedicando un tema al planeta de la melancolía, «Saturn and Skies’,  imprimen un poco más de velocidad power prog, pero con constantes cambios de tiempo para lucimiento de Fanion y Wicklund. Acaba siendo un tema un poco plomizo y tristón, la influencia de Saturno. 


Hay dos temazos. «Far Below» con ese cameo a la clásica de inicio, se va transformando en un tema a caballo entre Queensryche y Iced Earth, con detalles técnicos de mucha calidad por parte del trío. Una power balad con mayúsculas. Y «The Maze», el tema del disco. Aire retro, más rock progresivo que metal, pegadizo y lleno de matices que descubrir en cada escucha, maravilloso.


Al igual que en el primer tema con violín y piano, en «Ocean of memories» abren con xilófono y sintetizador a lo Walter Carlos para envolver, junto al piano, un tema suave que va in crescendo. Fanion dándolo todo a la voz, dibujando escalas y llegando a una altura donde no se asomaba en el primer álbum, mostrando varios de los nuevos registros. Van Williams a su bola haciendo cabriolas con las baquetas en un segundo plano, tema que parece un acto de una ópera prog. Como cierre del disco hubiese sido un temazo. Pero lo cierra «Burn this ladder», muy atmosfera  Queensryche en la instrumentación. Otro tema lento para la colección con una voz ultrareverberizada.


En resumen, GSO es una banda en progresión, músicos técnicos con buenas ideas, que con este disco, que no entra a la primera, amplían repertorio por la parte en la que flojeaban, la más melódica. 


Me atrevería a apostar por ellos y quiero pensar que solo hemos visto la punta de este iceberg.


Sello: Mighty music

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