Pablo Sánchez: “La razón de la acogida debería ser una: hablamos de personas”
Hablamos con el politólogo y trabajador humanitario, Pablo Sánchez. Nos contó de primera mano lo que se vive en una frontera, el dolor de los migrantes y como intenta paliarlo con su proyecto The Health Impact.
Antes de nada, háblanos un poco de ti para que te conozcamos.
Soy Pablo Sánchez, politólogo y trabajador humanitario que actualmente reside en el Líbano. He colaborado con varios proyectos en Grecia, Serbia, Bosnia y Líbano e intento difundir las continuas vulneraciones de Derechos Humanos que sufren las personas migrantes y refugiadas tanto en Europa y sus fronteras como en los países a los que huyen.
¿Por qué decidiste dedicar tu vida a los proyectos humanitarios?
Con la llegada de migrantes y refugiados en 2014 y 2015 a las costas europeas y el trato recibido por las autoridades e instituciones me doy cuenta de que la acogida está lejos de respetar los derechos de las personas que han huido de la guerra y se han jugado la vida en un camino en el que muchos han perecido.
En esas personas veo a mi familia, a mis amigos y a mi gente, más allá de la deshumanización de la que son víctimas y de los muchos números con los que se les describe. En definitiva, veo en ellos lo que son: personas cuyos derechos están siendo vulnerados aún después de tener que huir de algo tan horrible como es la guerra, por lo que decido hacer algo al respecto.
¿Crees que vivimos en una sociedad muy egoísta, que nos cuesta mucho empatizar con el prójimo?
Creo que el marco socioeconómico en el que nos desarrollamos propicia eso mismo. No es que el ser humano sea malo o egoísta por naturaleza, aunque de eso hay mucho debate abierto todavía en el campo de la filosofía.
Lo que sí es cierto y comprobable es que el sistema económico actual ligado a políticas de carácter liberal tiene como resultado un aumento de autoritarismo que la socialdemocracia no es capaz de evitar, así que vemos escenarios como lo producido en Melilla hace unos días o en la frontera del Este de Europa donde miles de migrantes llevan años intentando cruzar y la policía fronteriza responde con violencia.
¿Cuál debería ser para ti una política migratoria que respetara los Derechos Humanos?
Una política que acoja y no que rechace a través de la violencia a quienes llegan a nuestras fronteras basada en que hablamos de seres humanos y no por el beneficio que pudieran aportar a los países de acogida. Muchas veces se justifica con que estimulan el mercado laboral, realzan los índices de natalidad… cuando la razón de la acogida debería ser una: hablamos de personas. Si no, caemos en el utilitarismo y en la despersonalización de quienes llegan, corriendo el riesgo de que exista, de nuevo, una deshumanización que les continúe rechazando.
¿Cómo se siente uno al ver tanto dolor y desesperanza en una frontera?
Es difícil de gestionar y cada uno lo vive de una forma. También depende mucho de la experiencia y la capacidad de sobrellevar estos escenarios que tenga cada uno, pero siempre es muy duro. Se ven cosas que uno no imagina ver y acaban por normalizarse.
Vivir este tipo de situaciones se hace rutina y no puedes pensarlas mucho porque si lo haces acabas hundido sin poder trabajar.
Lo que yo siento, que es algo personal y que no tiene que ser así en todo aquel que trabaja en estos escenarios, es impotencia y rabia, pero también se respira mucha humanidad. Se tejen redes solidarias intracomunitarias de ayuda y se tiene muy en cuenta al vecino. Los espacios de dolor desarrollan sus propios mecanismos de supervivencia.
¿Cuál ha sido el caso que has vivido en la migración que nunca olvidarás?
La infancia presente en los viajes hacia la UE es algo no te deja indiferente. Ves a niños huyendo de Afganistán, Siria, Palestina que llevan meses en un camino lleno de peligros donde acecha la violencia constantemente, sobre todo si eres menor. Mirar a la pobreza a los ojos siempre es algo muy complicado, pero cuando lo ves en chicos de 12 años se te revuelve el alma. Además, una vez escuchas sus historias, se quedan para siempre contigo.
Recuerdo un chico que huía de Afganistán que tenía 13 años. Había pasado meses viajando y yo le conocí en Serbia. Era el mayor de sus hermanos y sus padres le enviaron a Europa para que pudiera tener un futuro allí. Jugaba al fútbol y pasaba el tiempo con chicos mayores que él. Yo solía jugar con él y me contaba, a través de un amigo suyo que hablaba inglés, que echaba de menos a su familia y que quería llegar ya a su destino. Dormía en una tienda de campaña y allí pasó semanas. Pequeñas historias representativas de cómo es la situación y el dolor que se respira en este contexto.
¿Por qué crees que la sociedad demoniza tanto al migrante?
Una sociedad sostenida en el racismo ve como enemigo a cualquiera que venga de fuera con otro color de piel, religión y cultura. Cuando no existe tal demonización es cuando les pagan dos euros la hora para labrar sus campos, limpiar sus casas o cuidar a sus padres. Entienden al migrante y refugiado como personas que, como máximo, aspiran a limpiar su mierda, pero nunca como ostentadoras de tantos derechos como ellos.
¿Qué es lo que más necesita una persona migrante que se encuentra atrapada en una frontera?
Respeto. En todas sus formas.
Estás actualmente en el Libano, haznos una pequeña radiografía del pais…
El Líbano acoge refugiados desde el comienzo de la guerra en Siria y es el país que más refugiados per cápita tiene del mundo. La guerra civil a finales del siglo pasado ha dejado dividida a la población y el país ha ido encadenando crisis cíclicas, aunque ahora, desde 2019, se encuentra sumido en la crisis más grave sufrida hasta la fecha. Un estallido social provoca protestas por la situación que vive la población y la gente se echa a la calle. La inflación se dispara y la moneda local pierde casi todo su valor; el COVID-19 llega y provoca estragos entre los habitantes; el puerto de Beirut estalla; la falta de gasolina y combustible provoca colas interminables en las gasolineras y el agua y los alimentos comienzan a escasear… En este escenario la población refugiada se torna como culpable a ojos de muchos libaneses y la inseguridad crece. Así estamos ahora.
¿Por qué decidiste ir allí?
La situación es insostenible y esta gente es invisible a los ojos de Europa precisamente por su procedencia, a diferencia de otros. Hay mucho que hacer, mucho que apoyar y mucho que denunciar. La crisis que sufre el país es catastrófica y echar una mano a quienes más la sufren era una obligación moral para mí.
Háblanos de tu organización The Health Impact, y cuál es su finalidad primordial…
Somos una organización educativa en materia sanitaria. Damos clases de primeros auxilios a las familias refugiadas y, junto a las clases, materiales de primeros auxilios e higiénicos, como tiritas, vendas, gasas, jabón, pañales, compresas, cepillos de dientes, detergente… La finalidad de la organización es dar a las familias las herramientas necesarias para que, si ocurre algo en los asentamientos en los que viven, puedan tratar la emergencia y no tengan que ir al hospital por una infección causada por la falta de conocimiento sobre como tratar un corte, una herida o una quemadura. En el país la sanidad está altamente privatizada y la gran mayoría de las familias no pueden costearse el tratamiento que necesitarían. Por eso, actuar rápido es primordial. No queremos asistir constantemente, sino empoderar.
¿Qué es lo que más echas en falta en una organización de este tipo? ¿Qué tipo de ayuda?
El apoyo. La falta de financiación lastra nuestra acción. Sufrimos mucho con ello, porque son muchos gastos. 180 personas se benefician, cada semana, del trabajo que hacemos. Sólo en materiales gastamos alrededor de 11 dólares por familia. Nos gustaría llegar mucho más lejos con el trabajo honesto y humilde que considero que hacemos. Ni yo ni la otra directora del proyecto cobramos salario y así llevamos más de un año. Dedicamos nuestro tiempo, energía y dinero al proyecto y a las familias con las que trabajamos, pero si la financiación no llega esto tiene un límite, evidentemente. Del aire no se vive.
Asimismo, ya no echo en falta el apoyo de organizaciones que crean estas situaciones, como la UE, sino que lo que a estas alturas pedimos es que dejen de vulnerar los derechos de las personas refugiadas.
¿Cuáles son tus próximos objetivos, tus próximas metas?
Continuar. Parece algo sencillo, pero la complejidad que entrama un proyecto como este es enorme. Seguir denunciando las vulneraciones de Derechos Humanos que sufren las familias refugiadas, la doble vara de medir de la UE y la violencia que guarda la política migratoria europea.
Me gustaría vivir de esto, esperemos que sea posible en el futuro.
En Mautorland nos gusta la cultura, háblanos del último libro que haya leído….
Quemar la frontera, de Gabriele del Grande. Un libro que habla sobre las historias de los chicos magrebíes que quieren ir a Europa, de la violencia que experimentan por los gobiernos pagados por la UE que les intenta retener para evitar que lleguen a Europa. Un libro que habla de algo desconocido para todo el mundo, que humaniza y que explica las razones por las que la gente migra.
Dedícanos una canción…
Ana lahale, de la artista Elyanna. Una canción preciosa en árabe que últimamente no dejo de escuchar.
Te dejo este espacio para que digas lo que quieras a modo de cierre…
Gracias por permitir que me exprese con total libertad denunciando la situación de las familias refugiadas en el Líbano y de aquellas personas que pretenden acceder a Europa.
Nadie quiere huir de su país, dejar atrás a su familia, a sus amigos, idioma o cultura. Pero la desesperanza, la pobreza y las bombas fuerzan a ello. Nuestro deber es acoger. No sólo por la implicación tan directa que tenemos en la situación de los países de los que provienen migrantes y refugiados, sino porque, insisto, son personas, y eso debería ser un motivo más que suficiente para que se les ayude.