Pedro Vallín: “Los remakes no tienen nada que ver con la falta de ideas sino con la necesidad de que las mismas historias sean contadas una y otra vez”

Entrevistamos al periodista y escritor Pedro Vallín con motivo del lanzamiento de su libro “¡Me cago en Gordard!

¿Cuál es tu primer recuerdo vinculado al cine?


Recuerdo las últimas sesiones del cine de mi pueblo. Debía de tener cuatro o cinco años. Pasaban una versión cinematográfica de Heidi, que era un montaje resumen de la serie. Ese cine cerró por entonces. A sesenta kilómetros y dos puertos de montaña de Oviedo, la siguiente ocasión en que fui al cine ya tenía siete años: Vi el Supermán de Richard Donner en la fila 1 del Teatro Campoamor. Y me mareé en el viaje en coche solo un poco más que viendo los primeros planos de Marlon Brando con el cuello torcido. Pero mis primeras experiencias cinematográficas, si se permite la licencia para quien creció de cara a la tele y lejos de un cine, fueron con clásicos en Sesión de Tarde y Primera Sesión. Así que mi primera devoción fue El halcón y la flecha, y mi primer ídolo Burt Lancaster.  


¿Por qué te decidiste a hacer un libro como ¡Me cago en Godard!?


No atiende al hecho cinematográfico en sí, ni siquiera a la crítica cinematográfica, que es a quien interpela directamente el libro. Es algo más amplio: tiene que ver con el clasismo con el que se sanciona la cultura popular, la condescendencia que tiende a ignorar sus valores y sus discursos porque no están codificadas para el público burgués ni para la academia. La anécdota que cuento en la introducción, cuando un profesor acusó a los superhéroes de ser defensores de la propia privada, fue la que me animó a combatir prejuicios tan asentados que son prácticamente dogmas como el supuesto carácter reaccionario del cine estadounidense. Pero el análisis es aplicable a toda la cultura popular, de la música a la literatura o las artes plásticas.

¿Qué ha sido lo más complicado de hacer a la hora de crear este libro?


Encontrar el tiempo. Lo demás era, por una parte, poner en orden asuntos de los que había hablado mucho y escrito bastante. Y por otra, en la segunda mitad del libro, volver a ver muchas películas, hacer un repaso de la historia del cine de Hollywood a través de títulos muy conocidos de cada género. En todo caso, los cimientos analíticos del libro los escribieron otros, de Umberto Eco a Walter Benjamin, pasando por Fernando Savater, Jordi Balló, Xavier Pérez, Carlos Heredero, Javier Luengos o Romà Gubern. Lo que más esfuerzo exigió, aunque eso no significa que fuera difícil, solo arduo, fue mantener un tono accesible y ligero, evitar los listados académicos y el tono profesoral sin renunciar la ambición de profundidad teórica, y lograr que todo eso además tuviera gracia. La ayuda del periodista y escritor David Remartínez fue capital para que el libro tuviera el tono que debía tener.  

La base del libro gira en torno a convencernos de que el cine de Hollywood (mainstream)  tiene poco de reaccionario y mucho de progre… intenta convencernos a bote pronto en unas líneas.


Es fácil. Las expresiones culturales populares están absolutamente comprometidas con lo inmediato, a menudo sin querer. La crisis económica de 2008 viró la ciencia ficción hacia el marxismo sin que sus autores sean necesariamente marxistas o conscientes de eso. Pero Los juegos del hambre hablan de la desigualdad social porque es lo que toca. El tiempo empapa a los narradores. A los autores no. Hay un ejemplo elocuente en los Goya de este año. Un director de tradición hollywoodiense, como Alejandro Amenábar, presenta una película comprometida con lo común, que a partir de la historia de Unamuno, habla al presente sobre lo que está ocurriendo hoy. Un director de tradición afrancesada, como Pedro Almodóvar, presenta una película sobre las tribulaciones de un director de cine burgués. No se trata de si es mejor película Mientras dure la guerra o Dolor y gloria. Se trata de que la tradición del narrador está conectada con lo inmediato, mientras el auteur tiende al ensimismamiento burgués.

¿Es equivocado pensar que todo es política o qué todo está impregnado de ella?


El marxismo creó toda una tradición filosófica que así lo considera. Decir que todo es política es lo mismo que decir que nada lo es. Frente a esa concepto amplio de política que incluye lo que comes, lo que vistes y lo que lees, yo prefiero un concepto amplio de cultura, antropológico, en el que tanta expresión cultural es una novela como que los tenedores tengan cuatro púas y no tres. Es decir, analizar la cultura contemporánea en los términos que analizamos la cultura achelense. En todo caso, en el libro, para combatir todos esos prejuicios y lugares comunes, compro la mayor: si es cierto que todo producto cultural es político, ¿qué nos dicen políticamente las distintas tradiciones cinematográficas? Y en esos términos, me resulta indudable que la tradición del cine de masas estadounidense es mucho más progresista que la tradición del cine de autor.         

Haces un alegato en pro de los remakes, en principio parecen surgidos de la falta de ideas, ¿es tan clara su aportación al cine tal y cómo la describes en el libro?


Los remakes son tan viejos como la historia misma de la narrativa. No tienen nada que ver con la falta de ideas sino con la necesidad de que las mismas historias sean contadas una y otra vez en el lenguaje de cada época y para cada generación. Pero en la pregunta se contiene el sesgo del enfoque: lo que cuenta es que aportan a la comunidad, a la sociedad, al espectador, no qué aportan al cine. ¿Acaso el hecho de que Tennyson escribiera de Arturo y su corte, supone censurar por escasez de ideas a John Boorman o John Steinbeck? Esta pregunta sobre cuál es la aportación a una expresión cultural concreta tiene que ver con el enfoque romántico del arte, en el que la novedad, la innovación, se convirtió en un valor per se.     

Háblanos del film que crees que representa el espíritu que describes en el libro…

Hay cientos. Miles. Pero por poner un ejemplo de una película que considero una obra maestra, El show de Truman, de Peter Weir. Contiene casi todas las reflexiones imperativas del presente. Desde lo filosófico, lo político, lo laboral o lo tenológico. Y también lo religioso. Pero me vale Batman v Supermán: el amanecer de la justicia, otra narración ilustrada sobre el hecho religioso que establece la imposibilidad de dios en las sociedades democráticas.    

Hablas de la condescendencia del cine de “auteur” sobre todo en el cine europeo, ¿a qué es debido el aburguesamiento del mismo?


Lo explico a través de Jean Baudrillard: conforme los mercados crecen, generan subsectores segregados. Conforme las clases populares se alfabetizaron y fueron accediendo a la cultura, la burguesía se creó su propia tienda gourmet de productos culturales, una a la que la plebe no pudiera acceder, por estar codificada. Así, la poesía prescindió de la rima y la métrica, la música prescindió de la armonía, las artes plásticas prescindieron de la figuración y hasta aparecieron obras en prosa sin signos de puntuación o un narrador identificable. 

En dos palabras defíneme a estos directores: 

Michael Hanekeun reaccionario con pretensiones.

Pedro Almodóvarun gran auteur.

Steven Spielbergel mejor narrador.

Alejandro Amenábarun narrador solvente, obsesionado con los valores de la Ilustración.

¿Crees que todas las décadas son iguales o peores en lo que respecta al cine? ¿Te quedarías en especial con alguna?


No, no creo que todas sean iguales. Pero tampoco creo que unas sean mejores que otras. Más bien, el cine de cada época refleja la sociedad de cada época, sus humores y sus desvelos. Pero todos encontramos la edad dorada de todo, de la música, el cine o la política, entre nuestra adolescencia y nuestra juventud, cuando todo eso está construyendo tu personalidad. Así que, por generación, mi década favorita tiene que ser los años ochenta. Aunque si soy sincero y no sentimental, a mí la mejor década siempre me parece la presente. 

Estas en el corredor de la muerte y te dejan ver tu última película, ¿cuál sería y por qué?


Porco Rosso. Porque es un momento para volver a los espacios de cobijo, y porque explica cómo cojones he llegado al corredor de la muerte.

¿Hacia dónde crees que va el cine a nivel mundial?


La narrativa audiovisual en sí está en un momento estupendo. El principal problema hoy es el riesgo de que la brutal concentración que padece la gran industria cultural acabe afectando gravemente a los contenidos. Hacen falta leyes antitrust que impidan esta concentración.

¿Valoras positivamente la llegada de plataformas como Netflix, o crees por el contrario que amenaza seriamente al séptimo arte?


Sí. Al menos en lo inmediato, las plataformas están permitiendo una cierta diversidad de producción y además están invirtiendo en los países en los que se instalan, cosa que las grandes majors hollywoodienses apenas hacían. El efecto a largo plazo se me escapa.

Un deseo… 


Estrenos simultáneos en todos los formatos. Sin ventanas.

Para los seguidores de Mautorland, ¿por qué deberían leer tu libro?

Deber es una palabra muy grande. Pero puedo decir, intentando ser justo, que, en el peor de los casos, pasarán un rato divertido y repensarán muchas películas que conocen bien. En el mejor, cambiará su forma de observar y juzgar la cultura. No solo el cine.

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