Lemmy Kilmister y su filosofía de vida
He dejado pasar unas semanas desde el fallecimiento de Lemmy Kilmister, para poder ver con mejor perspectiva la figura de este titán del rock. Tras las miles de condolencias, mensajes y homenajes dadas a su figura, es hora de ver al artista ya en el recuerdo viviente que siempre tendremos de él.
Hace unos días me preguntaba, qué era lo qué a mí, a título personal me atraía más de Kilmister. Empecé a repasar su música, un legado brutal por otra parte, pero aún siendo uno de mis músicos preferidos no era eso lo que más me hacía admirar su figura. Tampoco sus demoledores shows, siempre bajo ese micrófono al que le contaba como uno debía comportarse para que los demás vieran en tí a un rockero de verdad. Me encantaban sus conciertos, pero eso no era lo que me engancha a él. Dando vueltas al asunto llegué a la conclusión que lo importante en Lemmy, no era ni su música, ni sus conciertos, ni todo el show business que rodea al mundo del rock, lo esencial en él era su personalidad y sobre todo su filosofía de vida.
Tras dar con el quid de la cuestión, empecé a reflexionar y me pregunté: ¿cómo es posible que Lemmy cayera tan bien a tan gente? La respuesta era sencilla: su manera de ver la vida.
Por lo leído en su autobiografía, los comentarios de la gente que lo conocía, e incluso entrevistas que he hecho preguntando por él, todo el mundo coincidía en que Lemmy era auténtico y que siempre veía el vaso medio lleno.
Eso es sin duda lo que más resaltaría de este gran artista. En los tiempos que corren lo fácil es quejarse por todo, pensar que los demás tienen más suerte que tú y lamentarte de no haber tenido la oportunidad que otros han tenido. Lemmy era todo lo contrario, criado en una familia desestructurada, sin padre, con su madre y poco más, era un ser lleno de positividad; de buen rollo. Era una persona capaz de revertir lo negativo en positivo sin mirar atrás y no joder la vida al personal. Incluso su hijo reconoce que aunque lo hubiera querido tener más presente sobre todo en su infancia, siempre estuvo cuando lo necesitó sin ningún reproche.
Se la pelaba las candilejas, la fama, el dinero, vivía en un modesto apartamento en Los Angeles y mataba el tiempo jugando a las tragaperras en el Rainbow Bar. Siempre dispuesto a colaborar con algún músico, (decía que le encantaba), y apoyar a cualquier compañero que lo necesitara.
No era un ángel, tenía sus claroscuros como todos. Tenía adicciones, las reconocía, pero no se lamentaba por los rincones de esa situación, y asumía con responsabilidad lo que quería hacer con su vida. Tremendo ver como le recomendaba, en el documental “Lemmy” a su hijo que no consumiera heroína, pero speed todo el que quisiera: genio y figura. También tremendo haber visto con que dignidad llevó su enfermedad, dándolo todo hasta el último momento subido en un escenario.
En definitiva, si hubiera que definir la autenticidad, la foto de Lemmy debería estar a lado para ilustrar esa palabra. Era así: lo tomas o lo dejas, pero sin moralinas, y sin intentar adoctrinarte de lo que estaba bien o mal.
Adiós Lemmy donde quiera que estés, debe haber sido muy bonito, “nacer para perder y vivir para ganar”.